Hace un par de años el físico Freeman Dyson articuló una visión de un futuro en el que “una nueva generación de artistas, escribiendo genomas con la misma fluidez que Blake y Byron escribieron versos, podría crear una abundancia de nuevas flores y frutos, y árboles y aves para enriquecer la ecología de nuestro planeta”. Recientememte también Bill Gates dijo en una entrevista que si fuera un niño hoy en día no estaría hackeando computadoras, estaría hackeando código biológico.
 
En los últimos años, científicos han logrado transformar las 4 letras del alfabeto genético –A, C, G y T– en 0s y 1s de código binario, permitiendo la manipulación electrónica de la información genética. Algo equivalente a la imprenta de Gutenberg en cuanto a liberación del conocimiento. Esto abre la posibilidad de que un futuro cercano se puedan escribir todo tipo de “textos” genéticos, lo cual equivale a la creación y optimización de todo tipo de organismos. La escritura se convierte en materia viva. Con sólo apretar un botón, el código que representa el ADN puede ser cortado, pegado e importado de una especie a otra.
 
Un fascinante horizonte de posibilidades se entreabre, en primera instancia para la ciencia médica que podrá tratar enfermedades de manera innovadora, dando pie a lo que se conoce como medicina personalizada. Aprovechando la facilidad con la que se obtiene el genoma de una persona, actualmente ya existen compañías que tratan el cáncer de manera personalizada, con tratamientos específicos para la información genética de una persona –algunos de ellos atacan células que difieren en apenas una variación genética en relación a las células circundantes o a otros individuos. Se comprueba que no existen las enfermedades, existen los enfermos.
 
Al mismo tiempo nace la posibilidad de una guerra biológica personalizada, como alerta Andrew Hessel en The Atlantic, en la que se podrían desarrollar armas específicamente dirigidas a afectar a une persona o a un grupo de personas con características genéticas particulares. El presidente de Estados Unidos, por ejemplo, podría ser asesinado por un virus diseñado solo para atacarlo a él, que por su naturaleza inodora e invisible sería casi imposible de detectar.
 
Andrew Hessel imagina cómo podría suceder algo así. Con la exponencial reducción de costos en la tecnología necesaria para la manipulación del ADN, surgen todo tipo de concursos y proyectos de crowdsourcing de ingeniería genética. Podemos imaginar en el presente ya un concurso de millones de dólares para encontrar la cura al cáncer de mama. Esto revoluciona el campo. Para el 2015 las terapias de genes personalizados son cosa de todos los días –entre las personas acaudaladas– y surgen sitios web en los que se puede subir información sobre enfermedades personalizadas y de ahí desarrollar curas. En estos sitios también se empiezan a subir nuevos diseños de virus: estos son los vehículos ideales para la transmisión de genes.
 
Esta dinámica de diseño genético en línea, Hessel sugiere, podría incluso provocar el siguiente escenario circa 2016. Una persona que en apariencia no provoca ninguna sospecha convoca a un concurso en línea con especificaciones que no llaman la atención –se podría tratar de una vacuna o quizás un nuevo compuesto psicoactivo. El desafío es ganado por un joven estudiante de Columbia con un talento especial para virología –pero incluso podría haber sido ganado por los nuevos programas informáticos que han sido creados para “auto-evolucionar” nuevos diseños. Como si se tratará de una novela de William Gibson o más aún de Greg Egan:
 
Su diseño rápidamente fue entregado a una incipiente tienda digital basada en Shanghai. Menos de un minuto después, una start-up islandesa había ganado el contrato para convertir este modelo de 5,984 par-de-bases de nucleótidos en material genético. Tres días después, un paquete de 10 miligramos, microtabletas de rápida disolución, fue dejado en un sobre de Fed Ex para que fuera enviado por correo.
 
Dos días después, Samantha, una estudiante de segundo año de ciencias políticas en Harvard, recibe el paquete. Pensando que contenía un nuevo psicodélico sintético que había pedido en línea, inhala una tableta esa noche, mientras se cambia de ropa. La tableta se disuelve, pero algunos codones de material genético entran a su mucosa. Samantha piensa que la sustancia que compró en Internet es un fiasco, lo más qu le produce son algunos síntomas leves de la gripe. Estornudando Samantha disemina innumerables partículas en el campus, pero en general la sustancia que consumió parece inofensiva. No así cuando esta sustancia entra en contacto con una secuencia de ADN específico. Esta secuencia secundaria de ADN detonaría una enfermedad neurodestructiva que primero produciría una pérdida de memoria y rápidamente después la muerte. La única persona en el mundo con esta secuencia de ADN era el presidente de Estados Unidos, quien estaba programado que se presentara en Harvard ese fin de semana. Era diciembre, no había nada raro en que muchos de los estudiantes estuvieran estornudando.
 
Aunque este parece ser el escenario de una novela de ciencia ficción, en realidad la tecnología necesaria para que esto suceda está a la vuelta de la esquina, especialmente si se considera la ley de Moore de aceleración informática. Cuando Craig Venter secuenció su propio ADN, el proceso tardó 2 años y 300 millones de dólares. Para el 2007, 7 años más tarde, el genoma humano podía ser secuenciado por menos de 1 millón de dólares. En el 2008 algunos laboratorios lo hacían por 60 mil dólares; en el 2009 costaba 5 mil dólares . Este año parece que se podrá romper la barrera de los 1000 dólares y en 5 años podría costar menos de 100 dólares.
 
En realidad, algo así ya ya está sucediendo. En su libro In the President’s Secret Service, Ronald Kessler refiere que miembros de la marina de Estados Unidos toman grandes precauciones de limpiar cualquier lugar en el que se presenta Barack Obama de muestras de su ADN (actualmente de una sola célula se puede reconstruir todo un genoma), hasta el punto de destruir vasos, sabanas y otros objetos que han sido tocados por el presidente. Paralelamente, según mostraron los cables de WikiLeaks, Hillary Clinton ordenó a las embajadas recolectar subrepticiamente muestras del ADN de mandatarios extranjeros y dignatarios de la ONU. Esto supone que Estados Unidos considera una ventaja estratégica conocer la información biológica de los líderes mundiales.

En el futuro cercano, como ya presiente Estados Unidos, no será necesario secuestrar a un político o a un empresario, se podrá secuestrar solamente su ADN para exigir una recompensa o iniciar una negociación. Conocer el ADN de una persona podrá ser suficiente para hackearlo a distancia.
 
Esto hace que incluso valga la pena preguntarse, ya que es tan fácil obtener material genético (y de una sola célula se puede reconstruir un genoma), si sería mejor transparentar el ADN de un mandatario para que a la vez que se generen posibles virus se genern posibles curas –usar la inteligencia colectiva como válvula de seguridad.
 
Llegará un momento en la evolución del diseño genético en el que el dicho común de hay una app para eso se convierta en hay un org par eso. La revolución de la biología sintética es la siguiente gran revolución científica y aún no sabemos cómo será interactuar con organismos sintéticos: una caja de Pandora podría abrirse o una panacea.
 
[The Atlantic] PIJAMA SURF

LA IDEA DE DIOS.

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