Medellín, Colombia.
La voz de los amigos no ofende ni incomoda
Álvaro T. López
Ninguna obligación hay entre los seres cuando son amigos. Ni siquiera cuando uno regala una estrella, tiene el otro que corresponderle con otra estrella, o con algo. Tampoco está, quien creyera, la obligación de ser amigos. No puede haber un día de los amigos, como no puede haber un día de Dios o de los hijos, aunque la relación con Dios y con los hijos, al contrario de la que hay entre los amigos, puede resultar interesada. La amistad no está exenta de la carne, sin que sea la carne la que la defina. No se contrapone a los vínculos de sangre, aunque es ella, la amistad, la que define las buenas relaciones con los parientes. La voz de los amigos no ofende ni incomoda, acude en el momento exacto, desde la persona misma del amigo, o desde el recuerdo, o desde el inconsciente.
Y el transcurso del tiempo, que acaba hasta con uno mismo, nada puede contra la relación de dos personas que, simplemente son amigas. Y la muerte, ¿qué es la muerte del otro sino el inicio de la esperanza del reencuentro en una dimensión en la que nada pueda interrumpir la más pura de las dependencias? Si el amigo parte, sin despedidas, huyendo de sus propios fantasmas, no importa cuáles sean, puede perderse de nuestra vista por años, puede interrumpir todo contacto, pero siempre podrá contar con el ejercicio de la amistad. No es una relación que se suspenda, siempre está ahí.
Puede pasar una vida entera, que los amigos no necesitan ni explicaciones ni excusas, para reiniciar una conversación, esa si suspendida, de hace veinticinco años.
Y en una absurda tergiversación de la amistad, se dice que la hay entre quienes simplemente coinciden todos los días en el mismo sitio del café, o entre los camaradas de la cotidiana brega, o entre quienes se reconocen y se saludan. Se rebaja haciéndola coincidir con la mera relación de los amantes clandestinos, que solo son amantes; cínicamente, en una expresión que nos degrada como hombres, se declara que solo es posible tener amigos, cuando nos relacionamos con un ser irracional, un animal, un perro. Sin embargo, la amistad está en un estadio superior del desarrollo anímico del hombre, puede ser inadvertida e inconsciente, puede ser que los afanes de la vida nos alejen de los amigos, pero el alma como hace el cuerpo con los alimentos, termina por reivindicar el derecho al reencuentro, a la dulce savia de su palabra amable.
La fiesta de los amigos se da cada vez que el ser amado, verdaderamente amado, logra un triunfo y se siente como propio; está en la llamada desde el aeropuerto para, simplemente, despedirse porque el viaje será largo; en la conversación que dura diez horas, en la que solo se habla de los sueños, de los miedos, de los amores no asumidos, de los hijos, de los propios pasados, que se remata en el más profundo abrazo que funde los cuerpos, con la intensidad con la ya están fundidas las almas; está en la definitiva despedida de la figura corpórea del otro en el cementerio, sabiendo que se rinden póstumos honores al cadáver frío que no tienen nada, porque la esencia del amigo se queda con nosotros; la fiesta está en el amigo mismo, al que no hay que pedir perdón ni dar explicaciones.
La amistad es absoluta y con ella se confunden los amigos: no hay lugar al perdón porque no hay ofensas, ni admite la traición, ni la crítica mordaz, ni la envidia, ni las acciones malintencionadas, ni la negación, ni el jesuitismo. Pero es cierto, si, que la capacidad de ser amigo es un don que algunos no tienen, pero como la certeza de la Providencia, es la más grande esperanza para el hombre. Hay personas que no son capaces de recibir afecto, son como condenados a las absoluta soledad que es la falta de amigos; no está en su voluntad esta incapacidad, no son culpables aunque a veces nos sintamos traicionados; a ellos hay que entenderlos como son, sin negarnos la posibilidad de volver a tenderles la mano, porque ya hay suficiente infelicidad en su condición que le impide ser buen padre, buen hijo o buen esposo.
¡Ah la amistad! Es la plenitud de la vida, aunque el voraz comercio la limite a un día.
Tener amigos, ser capaz de ser amigo, entender que la amistad es más que un acto de roce social, haber recibido el don de dejarse querer por los amigos, eso es el verdadero regalo de la vida, es la prueba irrefutable de la existencia de Dios. Todo lo demás es accésit.
COLABORACIÓN DE EDUARDO SIBILIN -
http://www.hermanotango.com.ar/
HERMANO TANGO - ROSARIO - REPÚBLICA ARGENTINA
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