Los comedores de arsénico
El arsénico tiene una amplia historia como veneno de elección por parte de asesinos y conspiradores de toda clase, por eso ha sido considerado como el rey de las ponzoñas, causa del deceso de reyes y dignatarios, además de suicidas y criminales de toda ralea. Ha sido empleado limitadamente en medicina y hasta en estética. La toxicidad del arsénico no es cosa a tomar a la ligera, de ahí que su fama como agente mortal esté más que justificada. Sin embargo, hay cierto grupo humano arsenicófago que llama especialmente la atención.
He recordado esta historia mientras buscaba un dato en un diccionario de química1, al cruzarme con una nota a modo de curiosidad en la que se menciona que “…en las montañas de Austria existen poblaciones en las que la ingestión de arsénico es muy superior a lo que se considera tóxico: son los denominados comedores de arsénico. Sin embargo, sus gentes han desarrollado una cierta inmunidad al envenenamiento por ingestión de arsénico, por lo que pueden consumir cantidades que matarían a una persona de cualquier otro lugar”. Esto, que puede sonar a leyenda más que a otra cosa, se viene mencionando tanto en la literatura médica como en la popular ya desde el siglo XIX. He aquí, por ejemplo, un recorte de la revista Alrededor del mundo, edición del 21 de febrero de 1912.
NO AL ARSÉNICO EN EL AGUA DIARIA |
El lugar mencionado es Estiria, un estado federado del sureste de Austria que linda con Eslovenia. La curiosidad por los comedores de arsénico se mantienen hoy día, apareciendo de vez en cuando en la literatura científica estudios toxicológicos e históricos sobre ciertos “…residentes de Estiria (…) de quienes se ha informado que han consumido grandes cantidades de óxido de arsénico (300 a 400 mg. por dosis) y se mantienen sanos…”2.
Fue en 1851 cuando esta curiosidad médica encontró amplia difusión gracias a un artículo publicado en una revista vienesa por un naturalista y explorador suizo llamado Johann Jakob von Tschudi. En su investigación, mostró su sorpresa por la costumbre de ingerir óxido de arsénico por parte de los campesinos del sur de Austria, algo que hacían tanto para mantener su piel joven como para mejorar la respiración a la hora de llevar a cabo duros trabajos en la montaña. Los neófitos eran iniciados en aquella práctica por medio de la ingestión controlada y periódica de minúsculos granos de mineral que contenía arsénico. Al cabo de un tiempo de repetirse esa práctica, con incremento gradual de la dosis, el nuevo “comedor de arsénico” se iba habituando al elemento tóxico sin mostrar los terribles efectos del mismo. Aquel artículo de Tschudi, escrito originalmente en alemán, tuvo tanto éxito que fue traducido pronto al inglés y al francés, naciendo así el interés médico por el asunto.
Naturalmente, por mucho que Tschudi fuera una persona de gran prestigio, fueron pocos los que creyeron que existiera tal cosa como los arseniófagos. El artículo encontró fuerte respuesta en publicaciones médicas, sobre todo británicas, en las que se atacó al suizo poco menos que de fantasioso cuentista. No les faltaba razón porque, a fin de cuentas, era necesario analizar aquellos “polvillos” que ingerían los campesinos de Estiria para asegurarse sobre la certeza del caso. Los primeros indicios acerca de la posible veracidad sobre la existencia de los comedores de arsénico la proporcionó el químico inglés Henry Roscoe en 1862, quien estudió diversos casos y analizó muestras que determinaron la inequívoca presencia de “arsénico blanco”, esto es, trióxido de arsénico.
A pesar de esto, la opinión mayoritaria entre los médicos seguía siendo la de que algo fallaba en aquella historia, por lo que no se aceptó la existencia de los comedores de arsénico. Con el paso de los años se ha ido acumulando la literatura médica y química acerca de la posible existencia de una cierta tolerancia del organismo a un consumo paulatino de dosis controladas de arsénico, aunque el hipotético mecanismo fisiológico clave que pueda explicarlo está todavía lejos de ser plenamente esclarecido. Eso sí, durante un tiempo, sobre todo a principios del siglo XX, la polémica sobre los comedores de arsénico sirvió para alimentar todo tipo de locuras acerca de “tónicos” empleados en belleza femenina conteniendo cantidades ínfimas de arsénico.
FUENTE TECNOLOGÍA OBSOLETA