Detrás de la instituciones visibles opera una maquinaria siniestra que controla presupuestos militares y vigila a los ciudadanos y a la cual las decisiones del presidente o del electorado poco afectan, sugiere el analista Michael J. Glennon.
Micheal J.
Glennon notó algo que muchas otras personas han notado: el gobierno de
Barack Obama adoptó prácticamente la mismas políticas que el gobierno
anterior en materia de seguridad nacional pese a que en su campaña había
prometido impulsar las opuestas (incluso su lema había sido ser el cambio) casi como si fuera un mismo acto ensayado). A diferencia de las
numerosas personas que han notado esto, Glennon es un especialista, lo
que podemos llamar un insider (está lejos de inclinarse a una
teoría de las conspiración, es parte de la burocracia intelectual).
Actualmente profesor de la Universidad de Tufts, se ha desempeñado
como consejero del Comité de Relaciones Exteriores y del Departamento de
Estado.
En su nuevo
libro, “National Security and Double Government”, Glennon argumenta que
hay un gobierno en la sombra, secretamente burocrático, algorítmico
incluso, el cual opera sin ningún tipo de rendición de cuentas o
transparencia. Este “doble gobierno” es el que dicta la política en
materia militar y seguridad nacional. A esto podemos achacar que
actualmente la prisión de Guantanamo, tan duramente criticada por Obama
como candidato, sigue abierta; el NSA se vuelto mucho más agresivo en su
vigilancia y hasta espionaje de los propios ciudadanos, al punto de que
el Patriot Act, tan criticado por Obama como candidato, parece una ley
liberal y sumamente blanda en comparación de PRISM.
Un ejemplo, citado
por Glennon, fue el aparente enojo que manifestó Obama al descubrir,
después de ser investido, que tenía dos opciones para lidiar con la
guerra de Afganistán: mandar más tropas o mandar muchas más tropas. Y
recientemente se dio a conocer que Obama planea gastar 1 billón de
dólares (eso es, 1 trillion, en inglés) modernizando las armas
nucleares de Estados Unidos. Al parecer en las cuestiones más delicadas y
donde más dinero y más despliegue de poder (y abuso) existe, el
presidente no es decisivo.
Entrevistado por el Boston Globe,
Glennon explicó que el concepto del “doble gobierno” proviene de la
teoría de Walter Bagehot, quien en 1860 sugirió que existen dos tipos de
instituciones, las ”instituciones dignificadas”, que en el caso del
gobierno británico eran la monarquía y la Cámara de los Lores, las
cuales la gente creía erróneamente que controlaban el gobierno, mientras
que otras instituciones, las “instituciones eficientes”, eran las que
realmente regían y dictaban la política. Actualmente en Estados Unidos
estas instituciones eficientes podrían ser el mismo NSA (su ex director
Keith Alexander, quien aparece en la foto inicial, fue considerado la persona más poderosa del mundo),
agencias de inteligencia y ciertas corporaciones, como pueden ser los
bancos, que tienen largas relaciones con el gobierno y el aparato
legislativo.
Glennon cree que
una de las razones por las cuales se da esta deferencia tiene que ver
con que los miembros del congreso y los políticos suelen ser
“generalistas” por lo que se apoyan en expertos en cuestiones de
seguridad nacional y en materia económica, donde una imprecisión puede
costarles muy caro; los expertos después exageran las amenazas y
explotan el poder de la información privilegiada.
Es una gran
ilusión, sostiene, pensar que la presidencia es una institución en la
cima de la pirámide que da ordenes que son acatadas de manera
descendente. Algunas de las decisiones más importantes “se originan
dentro de la burocracia. John Kerry no exageraba cuando dijo que algunos
de estos programas operaban en piloto automático”. El problema de esto
es que estas burocracias, que recuerdan al Castillo de Kafka con sus
infinitas e insondables operaciones y computos, “toman decisiones de
seguridad en sus centros de mando que en una democracia pueden ser
irreversibles y que eliminan el mercado de las ideas, muchas veces con
consecuencias funestas”.
A la postre, este
gobierno doble hace que los ciudadanos vivan una democracia ilusoria,
cínica e incluso cruelmente vampírica (al también succionar la energía
del interés político del pueblo). “Hay poco que ganar en informarse y
volverse activo en torno a cuestiones que no puedes afectar, políticas
que no puedes cambiar”. Recordemos aquí, con toda el golpe de realidad
desencantada, una frase de Celine:
Que
no vengan a alabarnos el mérito de Egipto y de los tiranos tártaros!
Estos aficionados antiguos no eran sino unos maletas petulantes en el
supremo arte de hacer rendir al animal vertical su mayor esfuerzo en el
currelo. No sabían, aquellos primitivos, llamar “señor” al esclavo, ni
hacerle votar de vez en cuando, ni pagarle el jornal, ni, sobre todo,
llevarlo a la guerra para liberarlo de sus pasiones.
Incluso para una versión más pop de esto mismo, podemos entretener la reciente cruzada del actor Russell Brand,
quien entre vítores y críticas, ha predicado la ilusión de la
democracia, la cual considera una representación teatral manipulada
que “gobierna para las corporaciones” y por lo tanto “el voto es una
complicidad tácita con el sistema dominante” que ha creado ya una
subclase desencantada.
La situación en
Estados Unidos no se reproduce de manera idéntica en otros países pero
es evidente que existen numerosos puntos en común que hacen que este
modelo se extienda por el mundo, incluyendo la misma política exterior
de Estados Unidos que influye en una gran cantidad de países –y en los
casos en los que no logra extender su influencia a través de la
expansión del capital y el deseo aspiracional suele buscar métodos
alternos, como la desestabilización de regímenes que se le oponen.
Cada
país tiene sus “burocracias secretas” y su cúpulas de poder; en el caso
de México tenemos por supuesto el excesivo poder que detentan ciertas
empresas de telecomunicaciones, las cuales viven en el compadrazgo con
el poder político y son capaces de manipular las elecciones para que los
resultados les favorezcan o para que los candidatos que aspiran a ganar
necesiten pactar de antemano las políticas que llevarán a cabo. Vemos
aquí una versión del acto de prestidigitación política por antonomasia:
cambiar para que todo siga igual, una fachada donde las fichas se
mueven, pero las manos que son dueñas de esas fichas son las mismas.
Por: Alejandro Martinez Gallardo -
LA IDEA DE DIOS.http://laideadedios.blogspot.com.ar/ |