Las elecciones no sirven: ¿debemos elegir a nuestros representantes por lotería?
Parece broma, pero en serio, elegir a nuestros políticos de manera aleatoria tiene una serie de importantes ventajas que podrían contribuir a un mejor gobierno, mucho más democrático.
Existe un descontento
ampliamente distribuido ante la democracia o, mejor dicho, ante la forma
en la que este sistema de gobierno se practica e implementa en
diferentes países del mundo. Una sensación muy difundida es que el
ciudadano, la unidad básica de este sistema, no tiene mucha injerencia y
sus decisiones poco afectan los resultados que acaban haciendo los
políticos “elegidos” —se puede elegir entre X o Y, pero eso tiene una
mínima influencia en que suceda Z (¿ese cambio que quieres ver en el
mundo?). En muchos países existe la idea pasivamente internalizada de
que los políticos son una clase poco cercana al pueblo y a los problemas
cotidianos y mucho más allegada a los intereses corporativos y a mafias
elitistas en el poder, junto con la idea de que no hay mucho que hacer:
quejarse, protestar o simplemente ser apáticos, es igual. La democracia
es un espectáculo psicológico, un teatro de apariencias que nos hace
sentir que participamos en las cuestiones importantes y que decidimos lo
que nos sucede —es la ilusión del libre albedrío y de que controlamos
nuestro destino también a una escala colectiva.
Alejandro Guerrero, profesor de
filosofía de la Universidad de Pensilvania, propone un método radical
para lidiar con el desencanto electoral: la lotocracia,
o gobierno vía la lotería. Una propuesta que quizás no sea tan
descabellada como suena —y que al menos nos regala un lúcido análisis de
la situación actual. El sarcástico diagnóstico:
Es fácil creer que
lo que haces no hará una diferencia. Recicla esa lata, anda en bici o
maneja un auto, compra de esta compañía y no de esta otra, marcha en las
calles en contra del cierre de la fábrica o de la guerra inminente.
Nunca es suficiente: las fuerzas son grandes y anónimas, y no hay
suficientes de nosotros. O hay demasiados de nosotros. Vota, exige,
protesta. Todo puede sentirse absurdo: una especie de precioso bailoteo,
manteniendo un perfil bajo casual, con la mirada hacia un imaginario
Juicio Futuro. ¡Qué limpias están mis manos! ¡Qué poco del horror del
mundo ha sido fraguado por ellas!
Hace un par de meses, el comediante Russel Brand causó conmoción llamando
a una revolución y pidiendo a la gente que deje de votar en una
entrevista televisada por la BBC. Brand defendió su postura ante Jeremy
Paxman:
No decido no votar
por apatía. Decido no votar debido a una completa indiferencia y
hartazgo a las mentiras, traiciones y engaños de la clase política que
llevan ocurriendo por generaciones. La apatía es una reacción racional a
un sistema que ya no representa, escucha o responde a la mayoría de las
personas. Un sistema que, en realidad, es apático hacia las necesidades
de las personas para las que fue diseñado.
Guerrero explica:
Una razón para no
votar es que tu voto —tu único voto— no tiene muchas probabilidades de
hacer una diferencia en quién gana una elección. Otra razón para no
votar es que no importa quién gana una elección, que no hay
diferencia entre X y Y, republicano o demócrata, conservador o
laborista. Una versión extrema de esta tesis —que es falsa— es que no hay ninguna diferencia
entre nuestras Xs y Ys. Versiones más plausibles de estas tesis son que
no hay suficiente diferencia entre nuestras Xs y Ys, o que en muchos
aspectos importantes no hay diferencias entre nuestras Xs y Ys.
De manera simplificada, en una
democracia cada ciudadano tiene el mismo valor y derecho de decidir en
el gobierno, pero debido a que le es prácticamente imposible informarse
de todo lo que sucede, se pasa de una democracia directa a una
democracia representativa. En este modelo, los representantes (una
sociedad de expertos) se dedican de tiempo completo a informarse y a
participar en el proceso democrático; los ciudadanos que los eligieron
tienen, sin embargo, el poder de removerlos (a través del voto u otros
mecanismos). Esta es la teoría: lo que sucede, en realidad, es que estos
representantes no rinden cuentas a los ciudadanos que los eligieron ni
realmente cuidan sus intereses —esta relación-obligación que los vincula
es una faramalla. Escribe Guerrero:
Incluso en
democracias bien establecidas existe preocupación sobre la apertura y la
justicia de una elección. Existen enormes barreras financieras para
llevar a cabo una campaña, y considerables ventajas para los que
obtienen un puesto. El dinero corporativo y la publicidad televisada
tienen una influencia desmesurada. Existen obstáculos logísticos para
que los ciudadanos pobres o marginados se registren exitosamente al voto
y la manipulación de las circunscripciones electorales de un territorio
[gerrymandering] reducen la competencia. Estas dificultades reducen la
capacidad de hacer responsables a nuestros representantes.
Guerrero señala que incluso si estas
cuestiones fueran resueltas y se pudieran conseguir “elecciones justas”,
existe el problema de la incapacidad ciudadana de monitorear a sus
representantes. “No porque seamos estúpidos, sino porque somos
ignorantes: ignorantes de lo que hacen nuestros representantes,
ignorantes de los detalles de complejas cuestiones políticas, e
ignorantes de si lo que hace nuestro representante es bueno o malo para
nosotros y para el mundo”. Esto crea una situación de “asimetría
informativa” que fácilmente puede explotarse:
Lo que acaba
sucediendo es lo que las industrias corporativas relevantes quieren. En
la presencia de una amplia ignorancia ciudadana y en la ausencia de
mecanismos de rendición de cuentas, poderosos intereses capturarán
rápidamente a los representantes, asegurándose que los únicos candidatos
viables (aquellos que pueden obtener y mantenerse en el poder político)
sean aquellos que actúan en formas que congenian con los intereses del
poder.
Alejandro Guerrero considera que los
sistemas políticos son un tipo de tecnología que puede irse actualizando
para mejorarse. El sistema democrático ha tenido mejoras en los últimos
años y tiene numerosas virtudes pero “la política moderna es demasiado
compleja para que haya una rendición de cuentas electoral” y la
cooptación de las elecciones es “demasiado fácil e importante para
intereses en el poder”. Su alternativa: abandonar las elecciones y usar
loterías para elegir oficiales políticos.
Este modelo de lotocracia, que cuenta
con algunos antecedentes en Grecia y algunas tentativas moderadas más
recientes en países como Islandia, propone crear numerosas legislaturas
de un solo tema elegidas por lotería de una jurisdicción política, cada
una de ellas de 300 personas por periodos de tres años de manera que
cada año habría 100 representantes nuevos y 100 que dejarían su puesto.
Todas los ciudadanos serían elegibles, pero no se obligaría a que
sirvieran, aunque habría un incentivo socioeconómico importante. La idea
central es la legislatura monotemática, ya que permitiría la toma de
decisiones informadas no comprometidas. Estos representantes tendrían
más tiempo para aprender de la cuestión y tomar su decisión. Y aunque no
se elimina la posibilidad de la corrupción, los representantes no
tendrían que cuidar los intereses de sus partidos o pensar en las
siguientes elecciones y buscar nuevos huesos para poder continuar su
carrera bajo el privilegio de la política. No se tendrían que montar
espectaculares campañas de propaganda que gastan enormes cantidades de
dinero para una elección —parte de ese dinero ahorrado podría ser
utilizado para monitorear que los representantes no sean corrompidos. El
hecho de que sean elegidos al azar es también una forma simple de hacer
que los elegidos sean verdaderamente representativos de nuestra
sociedad, “gente como tú o como yo”. A contrastarse con lo que ocurre
actualmente, en Estados Unidos por ejemplo, donde 44% de los
congresistas tiene cuentas por más de 1 millón de dólares; 82% son
hombres y 86% son blancos y más de la mitad son abogados o banqueros. La
naturaleza humana (y la historia) sugiere que las personas protegen los
intereses de las personas iguales a ellas.
Como él mismo reconoce, existen algunas
obvias contrariedades al sistema de la lotocracia. Los representantes
elegidos al azar podrían ser incompetentes o francamente corruptos
(también, psicópatas, alcohólicos, degenerados, etc.) o podrían tardar
mucho tiempo en aprender cuestiones legales o tecnológicas complejas.
Existen enormes vacíos en cómo actuaría un sistema legislativo o incluso
ejecutivo (del cual Guerrero no habla) elegido al azar con otras ramas
del gobierno, como la policía o hacienda.
Sin embargo, “considerando la
disfuncionalidad de nuestros sistemas actuales… deberíamos de pensar en
una mejoría comparativa, no en la perfección, y un sistema lotocrático
tiene numerosas ventajas sobre el modelo actual”. Uno de ellos, el
sentido de pertenencia y de hermandad a través del azar: sueños
redivivos de la revolución francesa y de la ilustración. Armonización
también con un universo regido por la entropía y el azar —según la
física— entre fluctuaciones cuánticas, la realidad es sólo una
probabilidad. Así, confiar en la probabilidad al azar de que las
personas que sean elegidas sean las mejores para los puestos que se les
encarga parece una especie de alineación con principios universales. Tal
vez el universo también utiliza la lotería (o su forma más evolutiva)
para elegir (sin elegir) lo que sucede.
Que nuestros representantes o diputados y
hasta gobernadores sean elegidos de manera aleatoria en una lotería
suena un poco a broma, pero quizás debería de considerarse seriamente,
aunque nunca sea admitido por las clases políticas en el poder.
Personalmente me parece un sistema mucho más democrático, si eso es lo
que se busca. Además parece más divertido –y en mi caso confieso ser uno
de lo apáticos que Russel Brand describe, sin gran interés en
participar en el drama colectivo de la política o de ejercer el voto.
Quizás la lotería podría tener algo de atracción circense para que no
sintamos repentinamente el vacío de la mascarada de las elecciones.
Podríamos elegir a nuestros representantes por sillas musicales, en
torneos de piedra, papel o tijera o por ruleta rusa (con balas de
mentiras). O simplemente podríamos restaurar algunos de los personajes y
de las usanzas de la lotería, uno de los juegos de azar más viejos, se
me ocurre que se podría mezclar con el Tarot y darle una teatralidad
exquisita a la existencia (tener a las voces más bellas o a las
celebridades que hacen las películas de Disney de gritones sería
lógico). Y aunque no sería completamente aleatorio seguramente podrían
crearse algoritmos para mantener una cierta ley de azar que garantice la
paz pública.
Podríamos usar una mínima parte del dinero ahorrado en las
campañas para asegurarnos que la lotería sea magnífica.
Más allá de esta digresión lúdica, me
parece que la teoría de Guerrero o alguna teoría alternativa al modelo
electoral actual debería de considerarse seriamente. De otra forma lo
que perdura es la farsa. Como dijera Brand, en su brillante papel de
juglar, es hora de jugar:
Existen personas con
ideas alternativas mucho más calificados que yo y sobre todo mucho más
calificadas que las personas en el poder… yo sólo estoy aquí para llamar
la atención hacia la posibilidad de un cambio, una transformación, una
revolución.
Por: Alejandro Martinez Gallardo -
LA IDEA DE DIOS.http://laideadedios.blogspot.com.ar/ |