“Los temas que trata LA IDEA DE DIOS son atemporales, por lo tanto, Ud. puede ver los más antiguos, como los últimos, porque tienen la misma enseñanza”.

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miércoles, 7 de noviembre de 2012

LA MODERACIÓN NO ES AUSENCIA DE PLACER EN LA VIDA SINO EL CAMINO MÁS DIRECTO HACIA ELLA...



De moda, la moderación...

Filosofía, Deliberación y Pensamiento


La moderación presupone el placer; la abstinencia, no.
Por eso, hay más abstemios que moderados”
( Lichtenberg, Aforismos).
 

  Cleóbulo de Lindos, hijo de Evágoras, ha dicho:
- La moderación es la cosa mejor

Cleóbulo de Lindos

Cleovoulos.jpg
 
Cleóbulo (en griego: Κλεόβουλος, Kleoboulos', siglo VI a.C.) fue un poeta griego nativo de Lindos y uno de los siete sabios de Grecia.

Su hija Eumetis o Cleobulina alcanzó también cierta notoriedad como autora de enigmas en hexámetros. A él se le atribuye la máxima La moderación es lo mejor. Gobernó Lindos, en la isla griega de Rodas, c. 600 a.C, con un gobierno ejemplar.

También se conoce su aforismo Aceptar la injusticia no es una virtud, sino todo lo contrario.

Se dice que vivió hasta los setenta años y que fue muy distinguido, tanto por su fuerza física como por su hermosura. Existe una tumba en Lindos que señala ser la de Cleóbulo.
 
Todos sabemos que los excesos no son buenos; incluso, que varios de los alimentos que ingerimos diariamente son perjudiciales para nuestra salud. Sin embargo, seguimos adelante con nuestras costumbres de consumo. Por suerte, el vino tiene un sinfín de atributos, muchos de ellos saludables, que lo despegan de todas las demás bebidas alcohólicas y hasta le permiten ser considerado una parte más de la dieta equilibrada. No obstante, cae dentro de esta polémica la categoría denominada alcohólica. Dejando las enfermedades derivadas del abuso de lado, pongamos el foco en lo que al consumo de vinos respecta. En este sentido, el final de la película todos lo tenemos claro: hay que consumir moderadamente para no dañar nuestra salud. Son tantos los actores involucrados que a veces olvidamos que esta historia tiene un final feliz.

Los que disfrutamos de la buena mesa no concebimos comer sin un buen vino. Es más, seguramente la gran mayoría, como yo, gusta de empezar con un buen trago aperitivo, cerveza o copita de espumante, y concluir la comida con un buen Porto, whisky, grapa u otra delicia destilada. Todo esto sin contar las veces que disfrutamos de una copa lejos de la mesa en ocasiones más informales, ya sea durante el día o en una salida nocturna. Estos hábitos que parecen atentar contra la moderación, en realidad, lo único que hacen es reafirmar que el placer no está en la cantidad sino en la calidad, sobre todo cuando sólo se refiere a vinos. Y si bien la calidad es importante, aquí el concepto cualitativo es más amplio y abarca el momento, la situación, la compañía, etcétera. Partamos de la base de que somos grandes y conscientes de lo que hacemos y de que si lo que buscamos es placer, entonces será muy fácil no equivocarse. Más allá de los estudios científicos que dictaminan la cantidad máxima de consumo posible para cada uno, no es necesario estar con el vaso medidor para saber cuándo nos pasamos de la línea. Para pasarse del límite adecuado con el vino hay que tener esa intención, la cual es la antípoda del disfrute. Entonces, no se trata de una, dos o tres copas de vino por comida. Se trata de disfrutarlo, de hacerlo pausadamente, de comer bien cuando se está bebiendo y de tomar mucha agua para mantenernos hidratados. Es cierto que los vinos de hoy son más alcohólicos que los de antes, pero al mismo tiempo son más expresivos. Su concentración nos permite sentir mucho más en cada respiro, en cada trago, y eso también llena y satisface. Cada sorbo pesa más, inunda el paladar de sensaciones táctiles, gustos y sabores que nos causan placer. Pero ojo que no son los máximos responsables de ello, ya que podemos combinar el goce de cada bocado pensando en cómo se lleva con el vino y así multiplicar las sensaciones. Este despierte de los sentidos que sólo puede provocar la bebida nacional nos permitirá darnos cuenta de los detalles y disfrutar de ellos. Son importantes: la mesa, la vajilla, las copas, la decoración del ambiente y, por supuesto, para tener un momento totalmente relajados y entusiasmados: la compañía. Allí está el secreto del máximo disfrute, ya que en cada encuentro no hay nada más interesante que compartir una charla.
Si bien, en general, se piensa que el vino es un elemento más, si tenemos en cuenta su espíritu y su concepción, entenderemos que es el más importante de todos los elementos casi insignificantes que hacen al disfrute alrededor de la mesa.

Gracias a él, bebiendo en la medida justa, se puede llegar a un clímax especial.
Yo no sólo lo aprendí, sino que cada día que pasa y que me sumerjo más en el fascinante mundo del vino argentino, lo disfruto más, pero siempre en la cantidad adecuada. Por eso, voy a seguir trabajando incansablemente para que todos puedan llegar a sentir el mismo placer que yo siento al beber una copa de vino yara poner de moda la moderación.


La Sabiduría y la Moderación

 



Una persona es sabia cuando es moderada.

La sabiduría no se aprende, se adquiere viviendo y cometiendo errores, porque es el sufrimiento que nos ocasionan los caminos incorrectos lo que nos hace sabios.
El sabio no se emociona demasiado con los éxitos y tampoco le afectan mucho los fracasos, porque no cree en ninguna de las dos circunstancias por separado, sino en ambas como dos opuestos necesarios.
Una persona sabia nunca está apurada, se toma su tiempo, porque le da la misma importancia a todo, tampoco compite porque la competencia considera a todos como iguales sin reconocer que somos todos diferentes.
Los sabios no se preocupan por su aspecto, porque lo que llevan puesto no lo consideran un valor agregado, por eso lucen diferentes, como son en realidad a diferencia de la otra gente.
Se ocupan de las cosas del presente, sin olvidar el pasado, que no se convierte en una pesada carga sino en algo que puede ayudarles a no cometer dos veces los mismos errores.
La moderación es posible sólo con el dominio de uno mismo, para controlar las reacciones viscerales que no nos útiles más que para sembrar la discordia porque no se puede tener paz en las contiendas.
La paciencia y la capacidad de postergar son los dos pilares donde se asienta con holgura la moderación.
La vida moderna es apresurada, en la calle nos atropellan aunque sea día domingo, los vehículos más grandes empujan a los más pequeños para que vayan más ligero, no aguantamos la luz roja del semáforo, nos atragantamos con la comida, comemos parados creyendo que es más rápido y si nos disponemos a hacer una fila para pagar un impuesto nos ponemos muy molestos.
¿Para qué nos apuramos?
Seguramente no es para poder relajarse después y quedarse sin hacer nada; porque el que se apura no puede quedarse quieto, tiene que seguir con su actividad frenética ganándole la carrera al tiempo que es el único que no puede esperar por naturaleza.
Nos apuramos para poder hacer más y más cosas raramente útiles y hasta innecesarias y llegamos a agotarnos en ese proceso, para que al final del día podamos caer en la cama y quedarnos dormidos de inmediato y de esa manera no nos quede tiempo para pensar en la forma en que estamos viviendo.
No existen grupos humanos en una sociedad moderna que estén liberados del apuro, porque hasta los jubilados tienen agendas repletas de compromisos y los niños casi no tienen tiempo para jugar porque además del colegio doble escolaridad tienen que ir a la maestra particular, a la clase de inglés, a la de yudo o a la de karate.
Y si llegáramos a no tener obligaciones cotidianas nos gusta experimentar la adrenalina en la sangre, entonces practicamos deportes de riesgo para sentirnos vivos.
Pero esa sensación dura muy poco, sólo un rato, y entonces hay que buscar otras cosas que nos entusiasmen.
Ser moderado es lo mejor, o sea no apurarse, no apegarse a las cosas, no apasionarse ciegamente por nada, porque el que cierra los ojos se pierde en un laberinto de contrariedades.
Sólo estando consciente en esta vida uno no está muerto; porque el que se apura en cosas triviales que ni siquiera le interesan, no vive, porque lleva puesto todo el tiempo el piloto automático.
La mayoría de los que vemos por la calle que no miran a nadie, que no se detienen a dar una limosna a un necesitado, que no aprecian la belleza de los árboles ni los días de sol, que atropellan a todo el mundo como si fueran los únicos inteligentes, esos son los que ya hace rato que están muertos, víctimas del apuro, la vanidad y el éxito.